#002: Cómo No Sufrir Menstruando, Un Experimento
Este domingo atravesé por primera vez la menstruación sin fármacos. Y creo que encontré la solución a mi dolor.
Ayer salí a caminar y le puse play al podcast de Yonki. Invitaban a Ana Ojeda, una osteópata. Hizo una breve mención sobre los procesos inflamatorios que me dejó pensando.
Explicó que la inflamación es un proceso natural del cuerpo. Suele ser de 48 hs. Inflama para luego desinflamar. Y tiene siempre una finalidad. Por ejemplo, matar a una bacteria en el caso de la fiebre.
Al día siguiente me vino. Tuve una idea.
Durante la menstruación también hay inflamación. Por eso tomo antiinflamatorios. Y tomo mucho: cada 8 horas, durante 4 días, todos los meses, hace 14 años.
El problema, según la doctora, es que con pastillas anti-inflamatorias evitamos que el cuerpo haga la inflamación que necesita para curarse. Luchamos contra la inflamación que el cuerpo nos está pidiendo. Así, alargamos el sufrimiento.
Creo que tenía 14. Mi mamá puso esa cara de ternura que tanto incomoda. “Te hiciste señorita”. Era la primera vez que lo escuchaba.
Me dio una toallita y salimos de casa. Habíamos quedado en visitar a una amiga.
Me quedé toda la tarde en el borde de la pileta. Abajo del sol, incómoda. Viendo como mis amigas chapoteaban, se tiraban de cabeza. Sin poder explicar por qué no podía nadar. En silencio, sin quejarme. Sentía que tenía un secreto.
Crecí y seguí menstruando. Me presentaron al ibuprofeno. Le agarré la mano.
La vida se fue poniéndo caótica. Días larguísimos: gimnasio temprano (o clase de francés si era jueves), oficina, subte hasta la facultad. Después de clase, dar clase. Finalmente un colectivo. Y el tren. Y el auto de mamá que me esperaba en la estación. Cenar. Dormir. Repetir al día siguiente.
Fueron muchos años así. Años menstruando en los que no podía darme el lujo de frenar. No había tiempo para el descanso. No podía faltar. Qué le iba a decir a mi jefe, que no podía ir porque estaba menstruando? Si te tomás un ibuprofeno y se te pasa.
Durante años fui menstruando a la oficina. Fui menstruando a la facultad. Fui menstruando a todos los lugares que tenía que ir. Fueron años de fingir que era un día normal. Que no pasaba nada, que nada me dolía. Años de salir de casa igual, con una sonrisa. En silencio, sin quejarme. Se me retorcía el cuerpo por dentro y ni siquiera podía decir que me sentía mal. Es mala palabra, da vergüenza. Es un secreto.
Aprendí a salir de casa con ibuprofeno en sangre y en la cartera, y a tratar de pensar en otra cosa.
Pero cómo vas a pensar en otra cosa si durante días enteros tenés una puntada abajo del estómago. Si tenés fiebre y te duele todo el cuerpo. Si te estás desangrando.
Esta vez me vino y decidí hacer un experimento: qué pasaría si esta vez no tomo ningún fármaco?
Qué pasaría si dejo que el cuerpo haga su proceso de inflamación y desinflamación?
Era domingo. Al igual que la primera vez, también estaba por salir. Ya tenía varios ibuprofenos en la cartera para poder fingir que no pasaba nada.
Pero esta vez hablé: hoy no puedo salir.
Mi novia entendió. Salió a pasear y yo me quedé en casa. Eran las 2 de la tarde.
Al principio era solo una incomodidad. Una molestia en la parte baja del abdomen. Era tolerable. Empecé a ver una película. Llamé por teléfono a mamá. Se hicieron las 3.
La molestia aumentó. Fue rápido. A las 3.30 estaba en la cocina encorvada, agarrándome de la heladera. Era la primera puntada.
En ese momento empezaron las olas de dolor. Los espasmos, las contracciones.
Los espasmos de la menstruación y las contracciones del parto tienen funciones parecidas. En ambos procesos el útero se contrae y se relaja para expulsar algo del útero: en el parto, al bebé; menstruando, al endometrio.
Caminé desde la cocina hasta el sillón. Son pocos pasos de distancia. Caminaba lento, mirando al suelo, dando un paso a la vez, casi renga. Con una mano me agarraba la panza y con la otra me sostenía de la pared. Llegué al sillón y me desplomé.
El dolor siguió aumentando. Pensé que si tuviera que rankear mi dolor del 1 al 10, sería un 10 sin dudar. 11 también.
Un mes antes ya me hubiera tomado una pastilla hacía rato. No hubiera llegado a esa instancia de dolor. Para qué sufrir así.
Estaba acostada sobre el sillón, agarrándome las rodillas como un bebé. Tal vez gritando se iba de mi cuerpo el dolor unos segundos. Era un estado casi de trance en el que solo podía pensar en el dolor. Cómo voy a pensar en otra cosa si me clavaron un cuchillo y me están revolviendo los órganos?
Salí del sillón. Empecé a caminar por la casa. Es un departamento chico, no hay mucho para caminar. Iba desde el baño hasta la ventana de la cocina, iba y venía. Son 11 pasos en total. No podía estar erguida. Me sostenía el estómago como si eso ayudara para algo.
Me movía porque necesitaba liberar la energía que tenía adentro. Necesitaba mover el cuerpo, distraer a la cabeza que solo pensaba en tomarme un ibuprofeno para terminar de sufrir. Para que sea un día normal. Poder salir.
A las 4:30 me escribió mi novia. “Necesitás que vaya?”. Le dije que no. Estaba caminando en círculos por mi departamento y gritando como un loco. Necesitaba estar sola.
A las 5:00 estuve a punto de tomar una pastilla. No aguantaba más. Había empezado a llorar. El dolor seguía siendo un 10 sobre 10.
Vi la bañadera y se me ocurrió: sabía que el calor me iba a calmar. Agarré el parlante y puse el podcast del día anterior. Quería que alguien me hable y me distraiga. No quería ni mirar el celular. Justo hablaban de la maternidad. Que mala suerte.
Me quedé ahí, cubierta de agua tibia. Sin hacer nada, mirando la pared. Esperando a que pase.
Hacía cuándo no me quedaba en una bañera haciendo nada.
Hacía cuánto no descansaba.
Ahora el dolor era un 8 sobre 10.
Al rato el agua se enfrió. Estiré el pie y abrí la canilla. Sentía las olas tibias que cubrían mi cuerpo otra vez. Me abrazaban, me calmaban. No volví a mirar el reloj.
Llegó mi novia. No cené.
No sé a qué hora me metí en la cama. Mi novia insistía en que tome una pastilla. Me veía sufrir. Pero ya había aguantado todo el día. El experimento tenía que seguir.
Era un 7 de 10.
Tenía miedo de no poder dormir del dolor. Antes, los espasmos me despertaban y tenía que buscar pastillas en medio de la noche. Pero no me acuerdo nada más. Mi cuerpo estaba agotado, me apagué.
No voy a decir que el lunes me desperté como nueva. Que un día de dolor fue suficiente, que valió la pena, que me curé y me desintoxiqué de todos los fármacos que ingerí en mi vida en un solo día. Pero me desperté mucho mejor.
Ya no dolía tanto. Era una molestia constante. Un dolor bajo que te acompaña durante el día pero que te deja pensar en otra cosa.
Al día siguiente no lloré ni grité ni tuve que negociar conmigo misma aguantar media hora para tomar una pastilla. Me senté con la computadora, sabiendo que iba a estar incómoda, y que no iba a ser mi día más productivo. Y ahí me quedé, en casa, descansando.
El martes ya me sentía casi bien. La molestia seguía pero no era constante. De a ratos me daba alguna puntada para recordarme que seguía menstruando. Pero pude salir de casa. Me sentía débil todavía para ir al gimnasio, levantar peso iba a ser demasiado agresivo. Salí a caminar. Puse el podcast otra vez.
El miércoles volví al gimnasio. Bajé un poco el peso. Bajé las repeticiones. Me sentí muy bien.
En conclusión: nunca había sido tan intenso mi dolor menstrual, pero tampoco nunca había sido tan breve. Antes, los espasmos, las contracciones, la incomodidad, duraban días y días.
Hay que reconocer que no tomar anti-inflamatorios fue un privilegio. Poder tener un día dedicado al dolor es un lujo que no todas nos podemos dar. Hace no mucho, yo tenía que ser perfectamente funcional cuando menstruaba. Tenía que ir a la oficina, sonreír, prestar atención. Y todo sin quejarme, nadie se tenía que dar cuenta. Tenía que ser un día cualquiera.
Durante 14 años no dejé que mi cuerpo inflamara. Frenaba el dolor, pero también alargaba el sufrimiento.
En cambio, esta vez dejé que mi cuerpo inflame todo lo que tenía que inflamar, que llegue a su inflamación máxima, que me haga llorar.
Comprobé que inflama más de lo que imaginaba y que duele, duele mucho. Pero también comprobé que no es tan largo el proceso. Que la inflamación baja sola. Que puedo dormir.
Seguramente este domingo fue trágico porque era la primera vez. Ahora que ya lo viví, sé que esperar la próxima vez. La próxima no va a ser tan terrible. Y si de a poco limpio de fármacos el cuerpo y mi útero me agradece con menos dolor?
Tengo ganas de menstruar otra vez. Quiero comprobar que lo manejo mejor, sabiendo que van a ser unas horas terribles pero que va a pasar. Que me puedo quedar en mi casa, que no tengo que salir a ningún lado. Que me puedo quejar, que puedo decir que estoy menstruando, que mi cuerpo sangra, que necesito estar sola y gritar y quedarme en la bañera.
La próxima vez no va a ser tan dramático.
No descubrí cómo no sufrir menstruando. Pero encontré un camino para sufrir menos. Es paradójico, ya se. Sufrís menos si logras atravesar el dolor. Pero como todo, no?







Qué buena clase me has dado sin pretenderlo.
Un abracito ❤️
Dejará de doler. El primer paso ya lo diste, dejar las pepas.
TU NUEVO MANTRA: CALOR
Agua caliente: tu mejor amiga en baños y en bebidas. Te recomiendo albahaca, caléndula y artemisa: un termo para tomar agua caliente con hierbas todo el día, sorbo a sorbo, hará tu comienzo del ciclo algo delicado y delicioso.
Aceite de ajonjolí o de caléndula (o algún otro que active el calor): te lo untas en la barriga, te masajeas sin afanes. Lo amarás.
El dolor no es natural, pero nos pasa a todas. El mío desapareció al usar la copa y dejar las pepas como tú, le agregué usar la ropa más cómoda y cálida, alimentos suculentos para acompañar la recarga: el primer día estás en 0% pero de ahí solo hay ascenso.
Lo significativo de tu decisión es lo que realmente sucede en tu útero: tu cuerpo entero está en limpieza y eso no se limita a lo físico. Esos días, son los de la cueva, tu cueva interna, ideal para ponerle atención a tus ideas en desarrollo, tus inquietudes pendientes por resolver. Los días de sangrado: los más poderosos para escucharte.
¿Te han dicho alguna vez: no tomes decisiones en esos días locos? Es lo opuesto. En las comunidades ancestrales, las mujeres en días de menstruación son consultadas para las decisiones más importantes de la tribu. Suelen resolver asuntos en sus sueños por su alta sensibilidad a los asuntos esenciales de la vida.
Te recomiendo el libro Luna Roja de Miranda Gray.
Ya estás anhelando esos días, lo que te espera es poderoso. Te lo aseguro.