Esta es la Carta Tres de una serie de correspondencia entre Casandra Sol Sans y yo, María Roques de Borda. Acá voy a publicar las cartas impares y Casu las pares en su cuenta de Substack.
Podés ver las entregas anteriores acá: Carta Uno y Carta Dos.
Primero, una introducción: a Casu la conocí en la facultad. Creo que es la única persona que tengo en Substack que conozco en la vida real. Además, las dos emigramos: ella vive en Israel y yo en Londres. Entonces, se nos ocurrió mandarnos cartas por acá, como si fuéramos amigas por correspondencia, como si no existiera internet, como si esto no lo hubiéramos organizado por whatsapp.
Bienvenidxs a Mates por Videollamada.
Hola Casu,
No sé cuántas veces releí tu carta. Primero que todo, gracias.
Me emociona ver cómo este proyecto toma forma y como dijo tu papá en los comentarios, crece Casandra, crece. Además, me pone muy feliz sumarme a la lista de gente a la que le escribis cartas.
Yo también doy amor con las palabras, lo heredé de mi mamá. Silvia deja notitas por todos lados. Cuando se me rompió el lavarropas me escondía papeles doblados entre la ropa limpia deseándome buena semana. Además, cada vez que alguien viene desde Buenos Aires me manda alfajores con una carta pegada con cinta scotch. Y cuando sale temprano de casa le dice a papá “me fui a la verdulería” con un papelito en la mesa del desayuno. Habría que usar menos whatsapp y más notitas, como Silvia.
El año pasado les mandé a mis papás cartas por correo por sus cumpleaños, cumplen el mismo mes. Aprendí que hay que mandarlas por lo menos con dos meses de anticipación. Además, una vez que ingresan a Argentina no hay forma de rastrearlas. Cuando fui a preguntar al correo por qué tardaban tanto me dijeron “es que ustedes no tienen sistema”. Me pareció un poco ofensivo.
Así como vos heredaste el amor por la escritura de tu papá, yo heredé el hábito de la lectura de Gastón. Compartimos biblioteca aunque no vivamos juntxs. Pero él no escribe, aunque siempre pienso que debería.
Me gustó lo que dijiste de los “helados blancos”, todos a base de crema americana, aburridos, iguales. Acá hay algo que se llama caramel. Intenta asemejarse al dulce de leche pero nunca lo logra. Y yo siempre caigo en la trampa, me ilusiono, lo compro. Pienso que quizás esta vez me guste y me saque las ganas de recordarle a mi paladar lo que es bueno. Hasta que veo que tiene ese color pálido, marrón clarito. Le doy una oportunidad, lo pruebo, pero al rato lo dejo. Extraño ese helado de dulce de leche bien oscuro, casi con sabor a quemado que empalaga a cualquier turista.
Como decís vos, las vacaciones en Argentina no son vacaciones. En 15 días hay que ver a toda la gente que no viste durante un año y medio. Hacés tres planes por día, vas de acá para allá, hasta te tomas unos mates con las amigas de tu mamá. Es agotador y energizante al mismo tiempo. A mi me recargó la batería social para el resto del año. Pero no todo el mundo disfruta del ritmo social de Buenos Aires. Mi mamá tenía una amiga que emigró a Estados Unidos y cada vez que volvía a Argentina no le contaba a nadie.
Te voy a ser honesta Casu: tardé en responder tu carta porque me hiciste una pregunta complicada. La estuve pensando varios días. Me preguntaste por qué me fui y por qué me quedé.
En general cuando me preguntan eso doy la respuesta corta: que llegué a Londres por una beca y que sigo acá porque mi novia consiguió trabajo.
Pero la respuesta larga es que me fui porque necesitaba espacio, aire fresco. Quería ver qué me pasaba si me iba. Necesitaba un tiempo para mí, un poco de soledad, un exilio voluntario. Y acá encontré un ritmo que me gusta más.
La beca fue la excusa para irme sin tanta culpa. Me gané un premio, me tengo que ir, en un año vuelvo.
En Buenos Aires vivía muy enloquecida. Así me decía mi mamá, “María, vivís muy enloquecida”. Y tenía razón, siempre tiene razón.
Tenía un trabajo que me quedaba a una hora de mi casa y que encima no me gustaba. Perdí la cuenta de las veces que lloré en el baño de esa oficina. Me sentía atrapada.
Sin querer me había dejado atrapar por esa rueda capitalista con difícil escape: un trabajo estable en el Estado, esos que son para toda la vida y que enorgullecen a tu familia. Tenía un buen sueldo que me financiaba un estilo de vida cada vez más caro. Mi vida social era muy activa, y agendaba más compromisos de los que podía sostener combinados con una nula capacidad de decir que no. Un combo explosivo.
Entonces, lo que me quedaba del día después de trabajar lo usaba para distraerme. Me llenaba de actividades, de planes, de amigos, de estímulos, fumaba, tomaba. Pasaban meses sin tener tiempo ni para ver una película.
Me era imposible incursionar en cualquier actividad creativa. Como mucho anotaba ideas inconexas en las notas del celular en lo que pensaba que era un estado de lucidez pero simplemente era el porro. Esas notas quedaban ahí, no había tiempo ni energía para hacer algo con eso. Como dice Mairal, soñaba con novelas pero no me sentaba a escribirlas.
No tenía tiempo para hacer las cosas que quería. O mejor dicho, tenía desordenadas las prioridades. Me costaba pasar tiempo con mi novia, hasta me costaba visitar a mis papás.
Un amigo me obligó a presentarme a la beca y menos mal. Gracias Facu. La gané y me vine a estudiar a Londres. Fue muy difícil, es muy distinto hacer un posgrado acá, pero los últimos meses lo pude disfrutar mucho. Me gradué with honours. Y eso fue lo último que pienso hacer con mi título de abogada.
Ahora soy freelancer, hago copywriting y estrategias de email marketing. Estoy empezando una carrera nueva y se que me va a tomar un tiempo sentir la estabilidad que tenía antes. Mientras, trabajo en un café algunos días por semana. Me sirve para tener un sueldo fijo pero también para salir de casa, levantar la vista de la computadora, hablar otros seres humanos. Antes lo subestimaba.
Me quedé porque acá encontré otro ritmo. Ya no tengo dos horas diarias de viaje para estar a una oficina que me da ganas de llorar en el baño. Tengo menos planes, menos compromisos. Finalmente puedo ver películas con mi novia el fin de semana. Además, puedo pasar varias semanas ininterrumpidas con mis papás por año.
Acá tengo menos distracciones. Acá tengo menos amigxs, menos planes, y me gusta. Acá puedo concentrarme mejor, puedo trabajar en las cosas que me gustan. Acá puedo escribir.
Y me dirás: pero hubieras puesto tu vida en orden allá, no hacía falta irse del país. Si, si hacía falta irse del país.
Cortázar vivió muchos años en París en lo que él llamaba un exilio voluntario. Explicaba que elegía esa ciudad porque le permitía tener una vida más solitaria y dedicada a la escritura. Le gustaba estar lejos de las demandas sociales que sentía en Buenos Aires. Para él, era una forma de concentración creativa.
Yo no soy Cortázar ni Mesa Chica es Rayuela pero creo que se entiende.
Cuando en diciembre volví a Argentina, una persona que fue muy amiga me dijo: “emigrar te cambió”. Lo dijo como si fuera algo negativo.
Y obvio que cambié. Cambié mucho.
Cambié en aspectos obvios, visibles. Dejé la carrera que ejercí por casi 10 años. Dejé de ser vegetariana después de 14 años. Tengo otro corte de pelo. Ni siquiera me entra la misma ropa, bajé como 8 kilos.
Pero también cambié cosas más imperceptibles. Acá, hablo en inglés con un tono de voz más agudo, no se bien por qué. Además, por limitaciones del lenguaje, acá escucho más de lo que hablo (que tampoco me parece tan mal). Aunque también por eso soy menos graciosa, pierdo cierta agilidad en el proceso de traducción. También acá dejo los helados a la mitad cuando me aburren.
Acá aprendí a decir que no, sin poner excusas tratando de que el otrx no se sienta mal. Acá empecé a tomar fernet si me lo cruzo en un boliche, y ahora escucho reggaetón cuando estoy sola.
Ahora tengo una rutina que me gusta más. Siempre quise ser de esas personas que van al gimnasio a la mañana.
Acá mi sistema nervioso está menos nervioso. Soy más paciente. Puedo pasar más tiempo sola. Me siento más creativa. Acá me animo a hacer cosas que allá nunca hubiera hecho. Acá escribo.
Así que por eso me quedo, porque acá cambié y porque me gusta haber cambiado.
Y también me quedo porque estoy con mi novia. Sin ella no hubiera cambiado nada.
Aunque también me quedo porque no podría volver a la vida que tenía en Argentina. La vida que tenía antes no existe más.
Al trabajo que tenía no puedo volver, ya mandé el telegrama de renuncia. La casa donde vivía ya no existe, la demolieron. Mi grupo de amigas, tampoco está.
Estoy releyendo Teoría de la Gravedad. Leila Gurriero cita a Kavafis:
“La ciudad siempre es la misma / otra no busques / no la hay / ni caminos ni barcos para ti / La vida que aquí perdiste / la has destruido en toda la tierra”.
La única salida de emergencia es la que llevamos dentro, dice Leila.
Vos cómo sentís que cambiaste desde que te fuiste?
Te mando un abrazo virtual,
María.
PD: Ya sé que los sueños ajenos no le interesan a nadie pero anoche soñé que hacíamos una videollamada y me dabas de probar un risotto que había hecho R. Así, traspasaba la pantalla con el tenedor y te robaba del plato. Había quedado muy rico.
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Tengo tanto para decir que no lo puedo decir porque necesito empezar a escribir mi respuesta. Así que solo vengo a no decir nada.
Gracias por este proyecto, eso sí. Qué alegría recibir tus cartas.
Ay, María ❤️🩹 estoy pensando también en un exilio voluntario y leer esto fue como sentir un empujoncito. Gracias por eso ✨