Esta es la Carta Uno de una serie de correspondencia entre Casandra Sol Sans y yo, María Roques de Borda. Yo voy a publicar las cartas impares acá y Casu, las pares, en su cuenta de Substack.
Vamos a ir agregando los links a medida que se vayan publicando: Carta Uno, Carta Dos, Carta Tres, Carta Cuatro, Carta Cinco, Carta Seis.
Primero, una introducción: a Casu la conocí en la facultad. Creo que es la única persona que tengo en Substack que conozco en la vida real. Además, las dos emigramos: ella vive en Israel y yo en Londres. Entonces, se nos ocurrió mandarnos cartas por acá, como si fuéramos amigas por correspondencia, como si no existiera internet, como si esto no lo hubiéramos organizado por whatsapp.
Bienvenidxs a Mates por Videollamada.
Mates Por Videollamada, Carta Uno
Hola Casu,
Me parece lógico empezar con una pregunta obvia: Extrañás Argentina?
A mi me pasa algo raro. No extraño Argentina en general, no lo extraño como país entero, sería medio inabarcable. Pero si extraño cosas puntuales que no me imaginé extrañar.
Como al chino de la vuelta de mi casa. Pienso en él todas las mañanas mientras me preparo el mate.
En cuatro años, jamás me devolvió el saludo, pero siempre estaba abierto y siempre tenía yerba. Hace unos días se me terminó mi último paquete, lo había traído de mi viaje a Buenos Aires en enero. Ahora estoy tomando café a la mañana, esperando a mi yerba de Amazon que debería llegar mañana. Es verdad cuando dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
También me agarran antojos que nunca había tenido. Antes no me gustaban los alfajores, me empalagaban. El único que me gustaba era el Milka y ni siquiera es un alfajor de verdad. Pero acá empiezo a fantasear con la idea de tener un Havanna esperándome en la heladera. El de paquete celeste no me gustó mucho. El que me gusta es el de chocolate amargo, y cada vez que alguien viene de visita pido que me traigan algunos. Cobro el hospedaje en alfajores, parezco un fenicio.
Extraño cosas medio ridículas, como dejar propina. Anoche salí a comer con amigas y no dejamos ni un peso. La propina en Londres es excepcional, se deja en restaurantes caros, no es costumbre. Ayer fuimos a un lugar asiático que tenía las luces prendidas como un McDonalds. Hacías el pedido por números: en vez de decir “quiero los fideos con pollo y verdura” decías “quiero el número 33”. Nos atendieron bien, hasta nos trajeron agua gratis y unos baberos gigantes para no mancharnos la ropa, pero acá no se deja propina. Me fui como avergonzada. Se ve que nuestra propina es cultural.
También extraño las sobremesas largas, esas que duran toda la tarde. Esas con comida y postre y después el café y después algo dulce de vuelta, todo al ritmo de algún vino.
Extraño las medialunas, las croissants no son lo mismo. Extraño repetir chistes viejos con amigos. Extraño el sol, acá la vitamina D es un recurso escaso.
Extraño ir a librerías y encontrar a todos mis libros preferidos o descubrir escritores nuevos que me cuenten cómo es Colombia o México. Acá solo llega Mariana Eríquez, y las veces que me la cruzo traducida le mando foto a una amiga a modo de festejo.
Una vez por semana me gustaría teletransportarme a la terraza de mis papás. Después de comer, jugar un juego de mesa y merendar alguna torta de mamá.
O aparecer en el jardín de mis suegros, esos mediodías donde hay más carne que hambre, almorzar con la bikini puesta y las sillas de plástico pegadas a la piel.
Pero aunque suene contradictorio, ahora paso más tiempo de calidad con mis papás. Cuando fui a pasar las fiestas a Buenos Aires volví a vivir con ellos y dormí en el cuarto de mi infancia. Desayunaba y cenaba con ellos, salíamos a hacer compras, a visitar amigos, a la noche veíamos películas.
Antes de irme de Argentina, vivía a 15 minutos de su casa y apenas los veía. La rutina me había pasado por arriba. Verlos durante la semana era casi imposible con tantos compromisos en los que me metía. Cuando llegaba el fin de semana visitarlos se convertía en una obligación porque no tenía ni tiempo de descansar.
Mentiría si digo que no extraño Argentina. Cómo no voy a extrañar el lugar donde viví 27 años de mi vida, el lugar donde está casi toda la gente que quiero, casi todo lo que conozco. Cómo no voy a extrañar el clima y reirme en mi propio idioma.
Siento que nunca se deja de extrañar. Debe ser de esos sentimientos con los que hay que aprender a convivir.
Cuando me pongo muy melancólica me acuerdo de nuestros abuelos. Ellos sí que habrán extrañado, pero extrañar de verdad. Eran pibes en sus veintis, escapando de una guerra, con un hambre que jamás voy a conocer, que abrazaron a sus padres en el puerto para no verlos nunca más. Con suerte cruzaron alguna carta.
Yo veo la cara de mis papás en la pantallita del celular todos los días si quiero. Me cuentan qué películas vieron, de sus visitas al médico, del perro nuevo de la vecina. Mamá me muestra lo que aprendió en el taller de pastelería italiana y mi tía me manda videos de sus clases de baile y de Coco, su perro.
Londres no es fácil. Me limpié los ahorros de toda mi vida y había subestimado mucho el clima. Pero me gusta estar acá. Igual andá a saber, tal vez en unos años cambio de opinión; los planes pueden cambiar.
Igual, no me malinterpretes. Que emigrar haya sido más difícil para generaciones anteriores no significa que no sea difícil ahora. Yo me voy a seguir quejando de no poder tomar mate hasta que llegue el paquete de Amazon.
Vos que cosas chiquitas (o grandes) extrañas?
Casu tiene una cuenta de Instagram donde se la pasa hablando de libros. Asi que si querés recomendaciones de las buenas o sumarte a un club de lectura (bueno, bonito y encima gratis) es acá.
que hermoso esto, se lo lei a mi amiga que emigró mientras tomabamos mate por videollamada 💜
ME ENCANTA este nuevo formato... Si, si, si